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Los nombres de las vacas, como los de las personas, también cambian al socaire de las modas. Probablemente, cuando Leopoldo Alas (Clarín) escribió «Adiós, "Cordera"», ése era uno de los apelativos más comunes para las vacas en las ganaderías de Asturias.

Si el autor de «La Regenta» levantase la cabeza hoy en día se quedaría sorprendido ante el giro que ha dado el nomenclátor vacuno de Asturias en los últimos años. Buena parte de la culpa la ha tenido la mejora genética que se ha impuesto en la mayor parte de las ganaderías consideradas competitivas.

Todas las vacas registradas en los libros genealógicos tienen nombres y apellidos. Muchas de ellas son hijas de toros canadienses o estadounidenses. Por eso, los nombres de muchas frisonas asturianas pueden resultar realmente exóticos.

El apellido también condiciona a la hora de nombrar a las reses. Cuando una vaca desciende de la dinastía de los toros Allen, Lee, Addison o Emerson parece que al ganadero le choca un tanto denominar a sus reses «Lucera», «Morina» o «Pinta». Por eso prefieren innovar y darles un poco más de «alegría»

El último grito en nombres vacunos son nombres cargados de feminidad como «Rita», «María», «Rosario», «Lulú», «Sara», «Diana», «Paloma» o, incluso, «Cayetana». Pierden fuelle denominaciones clásicas como «Marquesa», «Princesa», «Careta», «Gallarda» y «Bonita». La actualidad también manda en el mundo vacuno. Algunos ganaderos prefieren bautizar a sus reses con el nombre de sus cantantes favoritas. Es el caso de «Beyoncé», «Chenoa» o «Soraya».
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