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Érase que se era una mujer pegada a un ventilador. Su nombre, Beyoncé. Su profesión, espectáculo con piernas. Y qué piernas.

La diva norteamericana, de 27 añitos de edad, pasó ayer sobre las cabezas, literalmente, del público madrileño, que fielmente entregado ante su 'I'm... tour', no opuso resistencia a un macroshow diseñado para atronar y seducir al más descreido.

Ella se hizo de rogar casi media horita, lo previsible en este tipo de artistas, pero desde el minuto uno en que cayó el telón (más bien se descorrió) e irrumpió en escena este prodigio de la naturaleza, se acabaron los reproches y las quejas de los más de 16.000 asistentes para dar paso a la locura.

Beyoncé apareció envuelta en humo, con un ajustadisimo body que dejaba escaso margen a la imaginación y con un gigantesco lazo estratégicamente situado.

CARRERA DE TACONES

Pronto quedó claro que nadie mejor que ella conoce sus virtudes y sabe cómo explotarlas. El muslamen más deseado del universo pop recorría una y otra vez el enorme escenario del Palacio de los Deportes de Madrid. De derecha a izquiera y vuelta a empezar, Beyoncé le tomó al milimetro las medidas al pabellon olímpico. Si por ella fuera, la carrera sobre tacones se celebraría en este recinto.

Y es que en esta función todo parecía diseñado para que ella fuera centro y eje de atención, sin discusión. Por ejemplo, el gigantesco, casi excesivo 'videowall' usado de fondo de escenario, que proyectó sin parar infografías y videoclips a mayor gloria de Beyoncé.

O la banda de música que la acompaña, enteramente femenina e igual de excesiva, compuesta por diez 'miembras' prescindibles, dada la cantidad de sonido enlatado del concierto. Beyoncé la defendió como una "reivindicación de la fuerza y el poder de la mujer", aunque casi parece imposición de su pareja, el rapero Jay Z, para evitar roces innecesarios con elementos masculinos durante el show.

Un show que es un espectáculo absoluto. Veintena larga de canciones, explosión de luces y color, 120 minutos de 'hit after hit' y ocho cambios de vestuarios marcando los distintos tramos por los que cruza este 'I'm... tour'.

FONDO DE ARMARIO

Mostró Beyoncé su lado más rockero con 'Crazy in love' o 'Naughty Boy', contorsionando cadera a ras de suelo. Sobre las ya clásicas y peligrosas escaleras, cambió al registro más angelical gracias a baladas como 'Broken hearts' o 'Ave María', remedo del aria de Schubert que interpretó con un modelo blanco a medio camino entre novia y copo de nieve.

El tercero de la noche (las gracias por el vestuario, a Thierry Mugler) recogió su lado más masculino, encuerada en una mini-minifalda y con gafas de piloto. Era, evidentemente, el turno de 'If I were a boy', su single europeo para presentar 'I'm... Sasha Fierce', su nuevo álbum en el que juega a las dobles personalidades.

Después llegaría el imprescindible traje de leoparda, con el que interpretaría, entre otras, 'Radio'; otro body definido por unas medias de rejilla de alto voltaje erótico (era su unico atuendo inferior) para ejecutar su canción favorita, 'Hello'; y uno de los grandes momentos de la noche, 'Baby Boy', cantada mientras sobrevolaba el auditorio atada a unos cables de acero.

Depositada en una enorme pastilla central, con pirueta incluida, Beyoncé se dedicó a recuperar viejos hits de Destiny's Child mientras saludaba a los fans, repartía besos y hasta firrmaba autógrafos. Algo muy alejado de la pose de divas como Madonna o Britney Spears, que pasan olímpicamente de la audiencia.
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